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Jorge García-Dihinx

LAS MUJERES SON COMO UNA FLOR

LAS MUJERES SON COMO UNA FLOR

 

    En el otoño de 1995, cuando yo preparaba el examen MIR, echaron en el cine “Los puentes de Maddison”. En esa película, Meryl Streep borda el papel de una mujer que vive aburrida con sus hijos y su marido, el cual parece que lleva toda la vida dormido. Entonces un día aparece en ese pueblecito Clint Eastwood, un romántico fotógrafo del National Geographic… y ella vuelve a despertar. Se vuelve a enamorar.

Al final de la película, ella elige seguir al lado de sus hijos y de su marido, a pesar de estar a punto de dejarlo todo por este hombre que la quiere de verdad y que la vuelve a hacer florecer como cuando se casó. Recuerdo cómo me impactó la película.

A la mañana siguiente, estudiando en la biblioteca de enfermería, me puse a escribir unas líneas, inspirado en la película.Hace unas semanas las encontré y me hizo gracia veme escribiendo “reflexiones” a mis 24 años. Esto es lo que escribí por entonces:

Las mujeres son como una flor…

...embellecen nuestra vida con su presencia, con su ternura, con su delicadeza, con su romanticismo, con su belleza… Su belleza exterior y, algunas, si tienes la fortuna de llegar a conocerlas bien, con su belleza interior, que es mucho más pura y, lo más importante, que perdura.Pero las mujeres son flores que necesitan ser regadas y alimentadas, piropeadas, abrazadas, besadas… queridas cada día de sus vidas, desde que nacen hasta que se despiden de la vida, convirtiéndose en una estrella del cielo que iluminará a otros y que nos espera a nosotros.

   Y estas flores, en fin, tan maravillosas, se van nutriendo de distintos abonos y riegos que van encontrando durante sus vidas, que las hacen crecer. Y van probando en su vida jardines donde florecer en toda su amplitud… hasta que al final, un día, encuentran ese jardín fértil, que les da lo que ninguna tierra les ha dado. Que las hace florecer como nunca lo habían hecho. Y así lo hacen, adornándolo, cuidándolo, viviendo y compartiendo su vida en ese jardín.

Y esa flor recibirá un anillo de su jardinero y sonreirá porque va a dedicar su aprendizaje y su belleza a dársela y compartirla con esa tierra, la más fértil que jamás ha encontrado y sobre la que extiende sus raíces, orgullosa y feliz, sintiéndose como dos piezas de un puzzle que encajan a la perfección.Pero entonces el jardinero, el “adorable jardinero” le colocará una etiqueta en el tallo que indica “Señora de tal”, que inconscientemente le hará pensar que ya nunca dejará de florecer, pues tiene la mejor tierra. Que no querrá ni ansiará seguir floreciendo aún más y más cada día.

   Y ese jardinero, que somos a veces los hombres (y me incluyo) se olvidará de que, aun teniendo esa etiqueta de “Propiedad de…”, su flor tiene que seguir siendo regada día a día, todos los días! De que tiene que crecer sin límites… De que sin el riego diario va a marchitarse, envejecer, morirse, dormirse como él o, en algún caso, escaparse!Esto último pocas flores lo llegan a hacer. Resignadas recordando los días en que el riego era lluvia divina y la tierra era fértil como lo es el amor, muchas de esas flores siguen viviendo, disecadas, conservadas, dormidas, dolidas y engañadas. Engañadas por alguien que ni siquiera se da cuenta de que es él quien la ha engañado.

Jorge, un 9 de noviembre de 1995… hace casi 12 años.

 

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS: AMISTAD Y HONESTIDAD

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS: AMISTAD Y HONESTIDAD

 

Hace unos días, una amiga me recomendó leerme este sencillo libro, que se lee en dos sentadas (como ella decía).

No voy a contar de qué trata, pues así mismo lo oculta el autor en el comentario de la contraportada. Lo que sí que quiero comunicar (porque este espacio no es sino para comunicar) es la bondad, la inocencia, la confianza ciega y la honestidad que puede tener un niño de 9 años. Su mundo es fantástico, como el de todos los niños. Ve la vida desde ese prisma de un niño, tan singular. Todo son aventuras y explorar cosas por descubrir como en libros como “La isla del Tesoro”. Así que no llega a darse cuenta de dónde discurren unos meses muy importantes en su vida como niño.

Este libro habla de dos cosas que van firmemente unidas: la honestidad y la amistad. No puede haber una sin la otra. Su escudo para cada situación difícil es decir siempre lo que siente (o casi siempre) y preguntar lo que no entiende como algo natural. La naturalidad, la espontaneidad, la honestidad, son sus mejores aliados. Ellos compensan su baja estatura y su corta edad, en un mundo lleno de adultos (donde también está su hermana, a la que considera tonta de remate).

Y así, conoce un día a su nuevo amigo. Y, el punto que quiero transmitir aquí, es que la amistad, al igual que el amor, es algo que no se pide. Se recibe. Uno no puede pedirle a nadie que le quiera, o que le de su amistad. Aunque sí puede uno ofrecerla. Uno elige ser quien es y, siendo sincero y honesto con el otro, quizás el otro/a elija ofrecerle su amistad, su amor. Es así de simple (y de bello). Creo que la definición de amor que más me gusta consiste en la desinteresada tarea de crear espacio para que el otro sea quien es.

Ojalá guardemos los adultos parte de esa inocencia de la que disfrutamos de niños... antes de ver que esa vida de fantasías no es así en la realidad.

Este precioso libro es para todos aquellos que recuerdan con ternura esa época en que fueron niños y de la que algo conservan todavía.

Jorge

DECIR SIEMPRE LO QUE UNO SIENTE

DECIR SIEMPRE LO QUE UNO SIENTE

 

    Dice en una frase Gabriel García-Márquez: “Si tuviera un trozo de vida, no diría siempre todo lo que pienso pero pensaría siempre todo lo que digo”. De acuerdo, pero además, a esta frase yo terminaría añadiendo: “Pero todo lo que dijera sería lo que pienso, lo que siento… en resumen, siempre diría la verdad”. Porque nuestra verdad es una, no otra que los demás quieran oír.

     No hay nada más relajante, que más paz interior proporcione, que decir en todo momento lo que uno siente. Pero claro, en esta sociedad, hay que decir lo que conviene, lo que va a agradar al otro. Pero… ¿Qué es lo que va a agradar al otro? ¿Tu mentira piadosa… o tu verdad? Yo no tengo dudas: la verdad. Con educación, de acuerdo. Con tacto, de acuerdo, pero la verdad.

    Señores, lo que es, es. Y esto es así. Nuestra realidad es una y no otra que queramos disfrazar. Es así de simple: “Te quiero” o… “No, no te quiero”. “Me gustas” o “No me gustas”. “Me gustó esta película”. “Pues a mí, no”, “¿A ti, no? Y eso?” “Pues no me gustó por esto y por esto otro.”

     Decir lo que uno piensa no es un defecto ni es una cualidad. Es simplemente lo correcto. No decir la verdad es engañar al otro y engañarnos a nosotros mismos. Decir algo que no sientes, por agradar, es mentir. Y esa mentira o esa “realidad que no es” puede ir perpetuándose hasta no saber uno cómo salir de ella. Ante preguntas indiscretas o difíciles de contestar, siempre podemos abstenernos de responder. Pero no deberíamos mentir. Si alguien te ha mentido en una ocasión y te diste cuenta, luego no sabes cuántas otras veces lo hará y entonces se pierde la confianza. Si uno dice la verdad, siempre se sentirá en paz. Nadie va a venir a decirte qué dijiste o dejaste de decir. Sólo dijiste… la verdad, gustara o no.

     Decir: “Esto no me gustó. Esto me desagrada” es la única forma de conseguir mejorar lo que no funciona del todo bien. En el momento en que contamos nuestra verdad abrimos el puente sincero de la comunicación. El puente necesario para solucionar los problemas. Si algo va mal,  tiene el otro que ser consciente de ello para poder poner juntos soluciones. Si se oculta el problema, no se resolverá nunca. Viviremos una falsa felicidad. Una falsa tranquilidad.

     La sinceridad, la honestidad, la naturalidad son los adornos más bellos de la personalidad. Nadie nos podrá echar en cara que digamos lo que sentimos. Los sentimientos se sienten, no se controlan. Son los que son. Están ahí. Tu opinión es la que es. Si te la piden, la darás. Si eres sincero, honesto, natural… confiarán en ti. Tú confiarás en los demás. Disfrutarás de la paz… Paz para poder vivir feliz.

Jorge

 

EL DINERO NOS DA O NOS QUITA LA FELICIDAD?

EL DINERO NOS DA O NOS QUITA LA FELICIDAD?

 

Hay un cuento de Jorge Bucay en el que relata la historia de un poderoso y rico rey que, sin embargo, no era feliz y que envidaba la felicidad de su humilde sirviente. Éste disfrutaba de su trabajo y de la vida con su familia. Siempre contento, amable y feliz con todo lo que hacía. El envidioso rey pidió explicaciones a un poderoso mago y éste, a petición del rey, tentó al sirviente con la “Prueba del 99.

Dejaron un saco con 99 monedas de oro ante su puerta. Cuando las encontró, el sirviente las contó y, viendo que “faltaba una” para las 100 se quedó contrariado. Total, que, en vez de disfrutar de ese inesperado regalo, empezó a elucubrar las maneras posibles de ahorrar y ahorrar con su humilde sueldo hasta conseguir tener las “100” monedas de oro (como si el 99 no fuera un nº estupendo). Empezó a trabajar por las tardes en otro sitio y luego incluso por las noches. No descansaba. Dejó de dedicar tiempo a su familia. Buscó todas las formas de ir ganando más dinero y calculó que, con esa nueva forma de vivir, entregado a ganar más y más, en un plazo de 2 años, conseguiría su moneda nº 100.

Así pues, este sirviente pasó de ser feliz con lo que tenía  a ser infeliz por conseguir esa moneda que, en teoría “le faltaba”. Empezó a estar de mal humor y renegar a menudo. No tenía tiempo para nada ni para nadie. Y así, el Rey vio para su asombro que el sirviente había dejado de ser feliz. Le veía  como a otros hombres, preocupado por ganar y ganar y nunca satisfecho con lo que tenía...

¿Os resulta familiar esta historia a alguno?

Hay gente cuya única ansia es tener y tener más y más dinero... como si más dinero diera más salud, más longevidad, más felicidad. Ah, pero es así?? Anda, y yo sin saberlo. Esa gente trabaja y trabaja para tener más dinero. ¿Trabajan para vivir o viven para trabajar?

Total, que la vida va pasando... y llega un día en que ésta se acaba (porque se acaba, señores. Y sólo hay una) y entonces desaparecen de este mundo y aquí se queda el dinero... ¿Para quién? Ah, para sus hijos, claro... Pero... ¿Uno ha preguntado a los hijos qué es lo que preferían? ¿Unos padres que les atendieran, que les escucharan, que les enseñaran, con quienes jugaran, que disfrutaran de la vida con ellos? ¿O querían una consola de video-juegos y tres apartamentos esparcidos por el país para disfrutarlos cuando ellos ya no estuvieran? (y que no se me enfade nadie que tenga 3 apartamentos).

En el fondo, las mejores cosas de la vida no se pueden comprar con dinero. No podemos comprar salud, no podemos comprar amor, no podemos comprar una familia ni tampoco amigos si queremos que lo sean de verdad. Aunque sí podemos perderlos por dinero… Podemos perder el norte. Perder lo verdaderamente importante en ésta, nuestra única vida: Querer vivirla en plenitud, amar, ser amado, alegrar a los tuyos, leer a tus niños, disfrutar de ellos compartiendo tiempo con ellos, con tus amigos, con tu gente. Disfrutar de la vida. Ayudar a un amigo triste. Estudiar para ser mejor médico, cultivarte y aprender, no dejar nunca de aprender, aprender de todo y de todos. Mejorar. Bañarte en el mar, en un río, en un lago, al atardecer... Todas estas cosas y otras muchas... son gratis. Por eso son irremplazables, no se pueden comprar. Son auténticas.

De acuerdo, el dinero es necesario. Necesario para poder vivir cubriendo unas necesidades fundamentales: un hogar, una alimentación, un medio de transporte, una educación para los hijos, quizás un viaje, unas vacaciones, etc... Pero más allá de eso, el dinero puede ser un verdadero enemigo que nos impida ser felices, por querer llegar a tener “las 100 monedas de oro”.

¿Tienes salud, trabajo, amor? ¿Tener más monedas te hará encontrar esas tres cosas? No, verdad? Porque no es rico el que tiene mucho sino el que es feliz con lo que tiene, como nuestro sirviente, antes de ser tentado por la avaricia.

Sólo se vive una vez... Sólo se tiene 36 años una vez. Sólo una vez tendrá tu hijo 1 año para verle dar su primer paso. La vida termina luego, pronto o tarde, pero termina (que lo sé…). Las 100 monedas de oro allí se quedarán. Todo lo que hayas vivido hasta ese día será el tesoro que habrás disfrutado.

Jorge

 

SER JOVEN POR DENTRO

SER JOVEN POR DENTRO

La juventud es un estado mental. No está necesariamente relacionada con la edad. Hay gente joven dormida que ya parecen viejos y gente mayor que desprende un eterno aire juvenil. Todo está en la mente, en nuestro interior, no en las arrugas de la cara. Esas arrugas traducen todo lo vivido, pero no la falta de ilusión por vivir más. Esa ilusión se ve en los ojos, en la actitud de cada día.

La llamada  “juventud” comprende un periodo de edad entre la adolescencia y la edad madura, en el que uno tiene frescura, ilusión, muchas ganas de vivir, un futuro abierto e incierto y un sinfín de posibilidades en la vida, todavía por definir. Pero no hay todavía madurez. (Aunque, personalmente, creo que la madurez completa es algo que no llega a adquirirse nunca).

En cambio, tanto el hombre o la mujer “mayor” pero con un espíritu joven, pueden disfrutar de una juventud mucho más rica que la del joven en años. Pues a esta forma de sentir la vida, añaden la madurez de la que el joven carece. Añaden la experiencia, el marco de referencia o perspectiva de la vida adquirida con los años. De ahí esas frases melancólicas: “Quién tuviera 20 años menos…”. Porque el que tiene 40 o 50 o 60 años piensa todo lo que haría ahora con su juventud si la volviera a tener. Cosas que no se le ocurrieron cuando “era joven”. Pero señores, lo que tenemos que saber es que ésa es una ventaja y no una desgracia. Aprendemos de la vida conforme esta pasa. Conforme vamos adquiriendo experiencia y perspectiva de nuestra propia existencia. Este hombre mayor, con ese marco de referencia sobre la vida pasada y la vida que le queda, con esa madurez adquirida, puede disfrutar de su “juventud interior” siendo más consciente de ella que el joven, al que se le pasa, casi sin darse cuenta. Sin darse cuenta de estar viviendo esa “privilegiada edad” que luego quizás “ya no volverá”. Pero, para algunos, esa privilegiada edad no sólo no se va nunca, sino que es mejor aprovechada cada año que pasa.

Sólo se envejece cuando no se tiene ilusión. Cuando no se ama. Cuando no se ama la vida, la poesía, el sol, tu trabajo, las pequeñas cosas de cada día. A tu mujer… Ese amor a tu mujer, si es verdadero, se mantiene joven hasta el último día de tu vida a su lado. Puedes llamarla “Princesa” con 30 años… y también con 70. Pues todos sabemos que la verdadera belleza es interior, y esa belleza no siempre empeora con la edad, sino que, en muchas ocasiones, mejora. De nuestros labios pueden salir frases como “Cada día estás más guapa, princesa” y uno no está diciendo ninguna mentira al decir esas palabras.

Así, cada año que pasa siendo uno joven por dentro, más consciente se siente de su juventud, más joven se siente también por fuera, con más ilusión, con más amor… en definitiva, más feliz de seguir viviendo.

Jorge, con 36 años, 225 días y 14 horas de vida

100 RAZONES PARA VIVIR

100 RAZONES PARA VIVIR

 

     El pasado 29 de junio, 24 horas antes de que mi hermanita diera a luz a su primera hija, estaba yo en el concierto de Sabina y Serrat, cuando Joaquín Sabina habló de una canción titulada algo así como “Más de 100 mentiras”. Hablaba en la canción de 100 razones para no cortarse de un tajo las venas o, mejor dicho, 100 RAZONES PARA VIVIR… Y de ahí salió esta reflexión.Sí señor, me propuse encontrar mis 100 razones para seguir vivo (que nadie se asuste, nunca he pensado en cortarme ninguna vena). Pero la vida puede ser más bella todavía si nos ponemos a pensar en esos 100 motivos para vivir. Son 100 razones tan válidas como cualquier otras 100. Pero estas 100… son válidas para mí. Me dan más ilusión para seguir viviendo.

¿Entonces? ¿Cuáles son mis 100 razones para vivir?, ahí van:

  1. Amar
  2. Hacer el amor
  3. Sentirse querido, cada día… Imprescindible.
  4. Encontrarse a uno mismo. Hay una verdadera mina dentro de cada uno de nosotros y tenemos toda una vida para descubrirla, para desarrollarla.
  5. Descubrir la bondad de la gente. Creo que todas las personas la tienen, incluso las que parecen más malas.
  6. Aprovechar esta vida para  cambiar, un poquito, el mundo, aunque sólo sea aportando mis dos granitos de arena.
  7. Mi familia. Mi madre, mi padre, mi hermano, mi hermana. Me necesitan. Los quiero. Me quieren. Los necesito.
  8. Trabajar como pediatra, el trabajo más bello del mundo. Algo que me hace venir feliz cada mañana. Podría dejar de esquiar, de correr, de viajar... pero nunca podría dejar esta profesión. Es la mejor profesión par amar. Da sentido a mi vida.
  9. Intentar ser el mejor médico que pueda llegar a ser, tanto en lo científico como en lo humano. Mis padres hicieron en su día un gran esfuerzo por darme toda la formación posible, tanto humana como académica. Es lo menos que puedo hacer en agradecimiento.
  10. Enseñar... Disfrutar con la docencia igual que vi disfrutar a los que me enseñaron. Enseñar pediatría a los residentes, a una madre a dar el pecho,  a otros sanitarios a saber reanimar a un niño que se para... y también aprender enseñando.
  11. Escuchar música miles de veces durante la vida. Sentir cómo uno flota. Notar como el corazón se abre en cuanto tus oídos oyen las primeras notas de esa pieza de piano… Todos los corazones se abren con la música. Casi todas estas líneas están escritas con música…
  12. Inspirarme con esa música y con sus letras. Como esas preciosas líneas de Serrat: “Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así. Aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de ti… … No dosifiques los placeres, si puedes derróchalos. Si la rutina te aplasta dile que ya basta de mediocridad… …. Hoy puede ser un gran día, imposible de recuperar. Un ejemplar único, no lo dejes escapar. Que todo cuanto te rodea lo han puesto para ti. No lo mires desde la ventana y siéntate al festín. Pelea por lo que quieres y no desesperes si algo no anda bien. Hoy puede ser un gran día… y mañana también.
  13. Y un día… encontrarte con “ella” en un concierto sin esperarlo.
  14. Reír, reír sin parar, a carcajadas. Soltar una gran carcajada si lo sientes.
  15. Hacer reír a un amigo/a que esté triste. Y si consigues sacarle una carcajada, aún mejor.
  16. Llorar… Llorar cuando haga falta, lo que haga falta. Lo necesario para sentir lo que haya que sentir… para luego poder volver a sonreír.
  17. Sentir… Sentirse vivo. No sentir que se nos pasa la vida dormidos.
  18.  Educar... Educar con el ejemplo, a tus hijos, a otros niños. Eso nos obliga a esforzarnos a ser mejores personas. Sólo así educaremos bien con el ejemplo. Los niños imitan lo que ven.
  19. Ver la magia y la inocencia en la mirada de los niños. Esa mirada inquisitiva de querer abarcarlo todo, de querer aprender sin parar, de inmensa alegría e ilusión en todo lo que hacen. Ojalá aprendiéramos todo eso de ellos.
  20.  Pensar que la vida no se termina… hasta que se termina… y que hay tanto por hacer, por disfrutar hasta que llegue ese día...
  21. Leer... Disfrutar leyendo un buen libro... o dos... o doscientos… o dos mil.
  22.  Pasear descalzo por una playa eterna, sin nadie, quizás en el Delta del Ebro… Tumbarte y escuchar las aves, las olas, la brisa del mar… Cerrar tu libro y los ojos e imaginarte lo que quieras… A una princesa caminando por esa playa.
  23.  No llorar por no ver el sol. Tumbarte también de noche en un campo bajo un cielo lleno de estrellas… y quizás ver una estrella fugaz… y desear que se cumpla tu sueño.
  24.  Disfrutar de la intimidad… Recrearse. Por las noches, susurrar cerca de su oído todo aquello que durante el día no le has podido decir. Disfrutar de esos momentos de intimidad juntos, cuando la ciudad ya duerme. Hablarle tan cerca y tan bajito que ni una mosca se entere. Eso no se paga con nada y no se consigue en 2 días, ni en 10.
  25.  Que te despierte por la mañana con un beso muy suave en el cuello… o con el olor a café recién hecho. El olor del hogar…
  26.  Despertarle a ella con una música suave que llene el aire de la casa una mañana de domingo, cuando el sol ya invade las habitaciones. Que los niños ese día duerman hasta tarde…
  27.  Bailar… Suelto y con ritmo… o lento, agarrado, pegado a ella... o en un vals en la boda de tu hermana… o en tu propia boda.
  28.  Sumergirte en las aguas de una piscina, de un río, de un lago, de un océano… o de tu bañera (aunque yo no tengo bañera...).
  29.  Sentir algo tan intenso (una canción, una escena de una película) que se te ponga la piel de gallina… incluso cuando hace 40ºC afuera.
  30.  Ver esa emoción en los ojos de un niño cuando pasan los Reyes en la Cabalgata. Todos nos lo creímos durante un tiempo, verdad?
  31.  Ver a mi hermano, con más ilusión y sentido del humor que nadie. Aprender la lección.
  32.  Ver a mi madre, cada día más guapa y sonriente. Sobre todo cuando lea esta línea.
  33.  Valorar cada día toda la educación que recibiste y todas las horas que dedicaron tus padres a ti (y que dedican). Que no haya sido en balde.
  34.  Asistir a un parto en una guardia. Ver que el niño llora. Ver que la madre llora. Ver que el niño deja de llorar tras ponerlo piel con piel con su mamá. Ver que, entonces, es el papá el que llora.
  35.  Pensar que algún día serás padre (o madre).
  36.  Amamantar a tu hijo (eso vosotras) o... para ellos, ver feliz a tu mujer amamantando a vuestro hijo. Aunque los chicos también podemos ponernos a un bebé piel con piel (bueno, con piel y pelos, claro, como también lo hacen los gorilas... en la niebla).
  37.  Viajar… viajar…. y viajar… física y también mentalmente, en el espacio y también en el tiempo… Este último viaje es, además, gratis.
  38.  Dejar que el amor guíe tu vida, no el egoísmo.
  39.  Quererte más que a nadie en el mundo. Lo necesitarás para querer a otros.
  40.  Aprender a hablar otros idiomas, otras formas de comunicación.
  41.  Aprender de una vez a cocinar... A ella le gustará.
  42.  Que te suene el busca de la guardia y que no sea porque hay un niño con fiebre, sino porque tus residentes te llaman para bajar a cenar contigo. Gracias chicos/as!
  43.  Ver que sí existe gente generosa, altruista, gente buena.
  44.  Aprender algo cada día. Aprender de todos, de todo. Mejorar.
  45.  Aprender a saber perder.
  46.  Disfrutar de los éxitos y, más importante, aprender de los fracasos.
  47.  Aprender a saber perdonar.
  48.  Saber que aunque estemos en verano y disfrutemos de estos gloriosos días largos… todo cambia… y saber que también volverá a nevar.
  49.  Pasar con tus esquís por encima del mismo lago cubierto de nieve en el que unos meses antes te bañaste.
  50.  Volver a ver esa película que tanto te emociona. Y traerte a alguien para que la vea contigo.
  51.  Emborracharte alguna vez, siempre en buena compañía.
  52.  Dar gracias al final de cada día y dormir en paz, duermas solo o acompañado.
  53.  Ser feliz siendo tú mismo y no otro que los demás quieran que seas. Imprescindible.
  54.  Sentirte tranquilo contigo mismo cada día que pasa. Esto sólo es posible diciendo siempre lo que sientes, lo que piensas, sea o no  del agrado de los que te escuchan. La sinceridad proporciona tranquilidad interior, otra razón para vivir a gusto cada día.
  55.  Sentirse, cada día más joven por dentro. Pero añadiendo a esta “juventud mental” la experiencia de la vida que pasa, ese marco de referencia de nuestra propia existencia que nos enriquece cada día que vivimos. Somos “de mayor” más conscientes de nuestra juventud, (como una forma de vivir, de vivir con ilusión) que el joven en años que, sin perspectiva de la vida, casi ni se entera de que es “joven”.
  56.  Otra razón más para vivir es pasear por tu ciudad y, alguna vez, ver que por la otra acera, camina una Princesa olvidada o desconocida... Quizás la Princesa Deletrea de Eritrea a la que se le van cayendo las letras mientras camina… o las hermanas  Princesas musicales Dorremí o Fasolá… o la bailarina Princesa Zulú Zazú que camina como volando sobre el suelo… o la Princesa Katapum, que se tropieza por todos lados… o la Princesa Varaseca, que camina derecha como una “i”… o a la Princesa Plisplás Noloverasmás que se desliza en silencio, sin que nadie la atrape… o a la Princesa Pitonisa, que ve muy lejos, a veces incluso hasta el día siguiente… o la Princesa Desconocida que, sin embargo, existe… o la princesa Amnesia que se olvida de todas sus citas o acude el día equivocado… o la princesa Liliana de la Selva que luce un vestido de piel de leopardo y busca a un príncipe sin vértigo que le acompañe de rama en rama… o la Princesa de las Arenas que se desplaza al capricho de los vientos… o a las inseparables Princesas siamesas Ding y Dong o la Princesa Tacatá, que todavía necesita ayuda par aprender a andar…
  57.  Más razones… Pues escuchar a los violinistas que tocan tan bien a Mozart en las puertas del Corte Inglés. Otra vez la música, que abre el corazón...
  58.  El deporte… Volver a ver y a vivir el gol de Nayim en la Recopa…  cuando todos gritamos oooeeeoooeeehhh!!! Recordar los amigos y familiares con los que compartiste ese momento.
  59.  Recordar ese gol que metiste en el colegio en el último minuto y que salvó al equipo de tu clase.
  60.  Recordar el primer beso que diste.
  61.  Y la primera bofetada que te dio una chica.
  62.  Pensar... ¿Cuándo daré el próximo beso? ¿y a quién??
  63.  Recibir en tu móvil ese mensaje de alguien especial. Especial para ti.
  64.  Saber que, algún día, “ella” te elegirá.
  65.  Pensar que quizás, ni siquiera la conozcas todavía…
  66.  Correr por el parque con música en tus oídos o quizás correr por el Pirineo, con el sonido de los pájaros, del viento o de la lluvia...
  67.  Dormir en una tienda de campaña una noche de tormenta y notar el sonido de las gotazas golpeando en la lona como una ametralladora.
  68.  Conducir con música al hospital y aprovechar ese tiempo para pensar, para flotar, para viajar mentalmente.
  69.  Saborear un buen vino, una buena cerveza, una buena comida… con gente que te quiere.
  70.  Brindar hace unos días con mi padre, mi madre y mi hermano por el nacimiento de nuestra primera sobrina. Y ver que mi hermano brinda cogiendo la copa con su propia mano, como si nada hubiera pasado.
  71.  Poder fotografiar momentos increíbles. Guardar ese instante, esa imagen, esa centésima de segundo, para siempre. Poder volverla a ver una y mil veces. Recordar… qué bello fue ese momento… y yo estuve allí!!
  72.  Intentar hacer un poquito de arte con una cámara de fotos.
  73.  Sentir a Dios cuando recorres el Pirineo en invierno con tus esquís.
  74.  Notar cómo cruje la nieve dura por la mañana bajo las puntas afiladas de tus crampones. Desear que se reblandezca luego para bajar esquiando por esa misma ladera.
  75.  Navegar, con tus esquís sobre el manto blanco como su fueras un velero sobre el mar. O navegar con un velero blanco sobre el mar azul…
  76.  Poder dejar el móvil “en silencio” y echarte una siesta en el sofá poco después de comer. Paz en tu corazón… paz necesaria… esa hora es tuya. Zzzz...
  77.  Sentir la tranquilidad y la felicidad de poder confiar ciegamente en tu pareja.
  78.  Saber que ella te quiere, con sólo ver cómo te mira, cada día.
  79.  Ver a mi padre bailar el primer vals con mi hermana, el día de su boda y verles a ambos esa mirada de felicidad. Y verlos en las fotos que les hice, cada vez que quiera.
  80.  Encontrar estímulos para seguir escribiendo tanto “La meteo que viene” como estas reflexiones sobre la vida. Tener al otro lado personas que las están esperando y que te animan cada día, con sus mensajes, a seguir escribiéndolas. Gracias.
  81.  Poder decir gracias a alguien que te ha ayudado. El agradecer la ayuda, siempre alegra al que la da.
  82.  Enamorarte... Cada día.
  83.  Recordar, en los momentos más duros, que Dios provee...
  84.  Saber que no hay nada imposible, salvo la muerte. Pensar en la reversibilidad de las cosas, por muy mala pinta que tengan. Todo puede cambiar a mejor.
  85.  Pensar que la vida da mil vueltas... Si estás en las vueltas buenas, disfrútalas e intenta no perder esa buena órbita. Si estás en las malas, saber que tienes otras 999 vueltas distintas y que muchas de esas serán buenas.
  86.  Tener fe...
  87.  Estudiar... Estudiar música, poesía, arte, cómo interpretar un buen cuadro, historia, el cuerpo humano, medicina, las distintas culturas, tantas cosas... aunque nunca habrá tiempo para todas...
  88.  Buscar inspiración en frases como ésta de  Henry David Thoreau: “Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería extraer todo el meollo a la vida, dejar de lado todo lo que no fuera la vida para no darme cuenta en el momento de la muerte, que no había vivido
  89.  Casarte sólo por amor... Y tener el valor de no casarte si no hay amor.
  90.  Evitar, en la medida de lo posible, la mediocridad. Hacer las cosas bien, grandes o pequeñas, pero hacerlas bien. Poner ilusión en todo lo que haces, incluidas las cosas más pequeñas.
  91.  Valorar los pequeños detalles de cada día.
  92.  Disfrutar de poder ver, cada día en tu trabajo (pediatría) el amor más alto que existe, el de una madre hacia un hijo. Es un amor que no hay que hacer nada para merecerlo ni hay nada que lo pueda echar a perder. Las madres lo dan todo por el hijo (sea un sol o un demonio), horas y horas en el hospital, en vela, cuidando de ellos.
  93.  Formarte… Ir a congresos y cursos de pediatría y comprobar que, en otros muchos sitios, hay también muchos pediatras enamorados de su trabajo que, incansables, forman y se forman para ser mejores cada día.
  94.  Notar el sol de invierno en tu cara, su calor, tan deseado en esos días cortos y fríos.
  95.  Ver entrar por la puerta de la consulta a un niño que viste enfermo unos días antes en urgencias y ver que se está curando. Sentirte satisfecho. Aprender de cada caso, cada día. Ver la satisfacción de los padres y su confianza en ti. Proporciona felicidad.
  96.  Pensar que todas las cosas buenas que hagas en esta vida podrán tener repercusión en generaciones por venir, aunque tú nunca te enteres de ello. El bien que hoy has hecho a alguien puede transmitirse a otros, que se beneficiarán más adelante, sin que ellos sepan dónde empezó todo (y sin que tú sepas el alcance de tu buena acción). Y eso le da magia a la vida…
  97.  Saber que estas 100 razones se me ocurren a mí, pero que para mucha otra gente, habrá otros cientos de otras razones para vivir que, seguramente, también lo serán para mí.
  98.  Pensar que “ella” esté leyendo ahora esta frase. Que ha llegado leyendo hasta aquí...
  99. Tener la suerte de haber nacido.
  100. La última os la dejo a cada uno de vosotros.
Jorge

CÓMO CONQUISTAR A UNA MUJER

CÓMO CONQUISTAR A UNA MUJER

Cómo suena de pretencioso el título de esta reflexión, verdad?

A los hombres que lean esto con la ilusión de encontrar la fórmula mágica ya les adelanto que no la van a encontrar en estas líneas. 

        ¿Cómo conquistar a una mujer? Ni yo lo sé. Imposible desvelar en unas pocas líneas este gran misterio de la vida y reto para tantos hombres... Cada mujer es distinta y unas quieren lo que otras no pueden ni ver. Las hay románticas (muchas), prácticas, .... Unas quieren amor, otras un buen padre para sus hijos, otras alguien que les haga sonreír cada mañana, otras alguien que sientan que les protege, otras dinero o poder  (esas, cuanto más lejos, mejor).

         Creo que, en general, es ella la que te elige. Te elige para que luego tú la conquistes. La elección es previa a tu decisión de conquistarla. Ella te observa, reflexiona y decide... “Este chico me gusta”. La decisión ya la ha tomado. Es evidente. Uno ha estado intentándolo de mil maneras sutiles con chicas que nunca se mostraron receptivas. Tras un tiempo prudencial, uno, con educación, se retiraba con las orejas gachas, sin hacer mucho ruido, a la espera de otra oportunidad futura con otra chica. Por el contrario, en otras ocasiones, sin hacer casi nada, ella ya está “prendada” de ti.... Y uno se pregunta... ¿Pero si no he hecho nada??Y es que no es bueno forzar las cosas. Si le gustas como eres, vendrá a ti. Si no, es como darse con una pared. Ser natural será siempre nuestra mejor arma, pues luego no tendrá uno que esforzarse en seguir siendo alguien que no es para seguir gustándole. Si le gustas como eres, entonces todo fluirá de forma natural.

         Entonces, volviendo a la frase “Cómo conquistar a una mujer”, podríamos aplicar la teoría de que tienes que gustarle antes de que ella note que ella te interesa... ¿Y cómo se hace eso? ¿Y por qué pienso así?. Pues bien, esta teoría (que puede estar perfectamente equivocada, aviso) la baso en la película “El día de la marmota” (o “Atrapado en el tiempo”), de Bill Murray y Andi McDowell. En esa película, él está atrapado en el tiempo. Siempre levantándose el mismo día en un pueblecito de EEUU donde han ido a hacer un reportaje en pleno invierno (Él trabaja como hombre del tiempo para la tele. Ella es la que le entrevista cada mañana, en ese reportaje). A Bill Murray le gusta Andi McDowell. Así, él aprovecha cada día (siempre el mismo día para él, pero un único día para ella) para intentar conquistarla. Aprende cada día sus gustos, sus fantasías. La interroga cada día, la estudia y la estudia. Se convierte en un reto. Aprende a tocar un instrumento musical, algo que ella valora mucho en un hombre. Aprende a recitarle versos en francés, le comenta una escena especial de su película favorita que, por supuesto, es la misma que le gusta a ella. Hace de todo para conquistarla. Detalles, chocolate, mismos gustos, opiniones... Pero nada. Al final de cada noche, cuando él se acerca a besarla, recibe siempre una solemne bofetada en la cara... Y a la mañana siguiente vuelve a despertarse como si nada hubiera pasado, en el mismo día. Pero él recuerda todos los días. Sólo él, que revive ese mismo día sin cesar.

         Total, que empieza a desistir. Pero empieza a ser un hombre feliz. Está enamorado de ella pero no quiere más rechazos. La quiere de verdad como nadie la ha querido. Y ¿por qué? Porque la conoce como nadie la habría podido conocer. La ha visto en mil situaciones cotidianas y ella siempre es “ella”, mágica, natural, sincera, sin disimular nada, encantadora, llena de ilusión, de bondad, de inteligencia, y con carácter. Él la quiere tanto... la conoce tan bien... Y así, la deja en paz. Y empieza a valorar las ventajas de vivir siempre el mismo día. Aprende a tocar el piano, a esculpir en hielo, a hacer tantas cosas... Además, sabe todo lo que va a ocurrir!! Y así, cada día, salva al niño que a las 18:23 se cae de la rama de un árbol, salva la vida de un señor que se atraganta en un restaurante a las 19:35 con una eficaz maniobra de Heimlich, cambia la rueda pinchada del coche de unas ancianas que pinchan en un lugar que él ya sabe, a la hora que él ya sabe, etc... Se dedica a cultivarse, a aprovechar su ventaja y a ayudar a los demás. Porque sabe todo lo que va a ocurrir ese día en ese lindo pueblecito. Empieza a adorar ese pueblecito que antes sólo odiaba, comparándolo con una cárcel de la que no podía escapar.

         Así pues, uno de esos días, tras haber dado por la mañana un emotivo discurso sobre “el tiempo” ante las cámaras, mientras ella, sorprendida, le entrevistaba. Después de haber salvado todas esas vidas, Bill acude por la noche al festival que organiza el pueblo. Allí, todo el mundo le agradece sus acciones y él disfruta de la amistad creada con toda la gente del pueblo. Ella lo ve. Le ve tocar el piano eléctrico en la fiesta, le ve tan radiante conversando con la gente, tan humilde, abierto a los demás, irradiando tanta felicidad, tanta comunicación.... Ella, sorprendida por pensar de él como un ligón, empieza a cambiar de opinión. Entonces, durante ese festival, se hace una subasta benéfica y le sacan a él al estrado. La mujer que puje más por él se lo habrá ganado como compañía esa noche. Decenas de mujeres, que lo conocen por sus obras en ese maravilloso día, empiezan a pujar: 100 dólares!, 120 dólares!, 150 dólares!, 200!!, 250!!... Entonces ella saca su libreta de ahorros, la levanta sobre las cabezas de la multitud que llena la sala y, en un momento de esos que emocionan, grita en la sala: “1.358 dólares con 78 centavos!!” Y ella lo consigue... 

        Esta es una teoría como tantas otras y, para nada la acertada, pero es la que saqué como conclusión de esa película tan romántica: Sé tú mismo. Sé la mejor persona que puedas ser. Disfruta de la vida al máximo con las personas. Disfruta de la felicidad compartida con los demás. Vive la vida con ilusión y comparte tu ilusión con los que te rodean. Disfruta de cada minuto de tu vida. Si ella merece la pena para compartir contigo de esa felicidad, ella te elegirá. Ellas deciden. Ellas nos devuelven luego la felicidad, cada día.

Porque en verdad, la felicidad que uno irradia, también se debe en parte a pensar que, algún día, ella te elegirá… 

        Jorge

LA MIRADA ES EL ESPEJO DEL ALMA

 

           Cuando yo era pequeñito debía de ser un horror de niño, con una mala leche de espanto. Llevaba a mi madre de cráneo. Por el contrario, mi hermanito Pedro, dos años más pequeño que yo, era un encanto. Dulce, siempre con buena cara, tranquilo... Claro, estos caracteres tan distintos se notaban en la expresión que ponía mi madre cuando le llamaba uno u otro hijo. Y, por supuesto, todo niño sabe con qué cara le mira su madre.

          Así pues, una de esas tardes en que Jorgito era como un grano en el culo, íbamos los 2 de la mano de mamá. Subíamos los tres las escaleras de las antiguas Galerías Preciados cuando mi madre notó que el plasta de Jorge no paraba de tirarle de la manga una y otra vez. Debía de llevar yo una de esas tardecitas gloriosas. Por fin, mi madre se volvió y, con una cara de enfado que no os puedo describir, me preguntó: ¿Pero y ahora qué demonios quieres??. A lo que yo contesté muy serio y como implorando: “¡¡¡QUIERO QUE ME PONGAS LA CARA QUE LE PONES A PEDRO!!!”.

         Mi madre enmudeció… Estaba claro, ella no podía disimular la expresión de su mirada al atender al amable y dócil Pedrito y tampoco esconder la sensación de desagrado cada vez que tenía que soportar al demonio de Jorgito... Y eso, los niños lo notan.

         Todos lo notamos. Vemos todo en la mirada. Por eso dicen que los ojos son el espejo del alma.

         Hay miradas que matan, otras que enamoran. Hay miradas que transmiten confianza, ilusión, alegría, amor. Otras reflejan tristeza, desasosiego, intranquilidad, incertidumbre, desesperación. Dice tanto la mirada, la expresión de la otra persona. De hecho creo que lo dice todo... Podemos saber qué piensa el otro sobre lo que le estamos hablando sólo con mirar la cara que pone. Puedo saber si una madre se queda convencida con la explicación que le doy de la fiebre de su niño sólo con la expresión de sus ojos mirándome antes de despedirnos.Pocas cosas hay tan sinceras como la mirada, tan reales, tan auténticas. A buen entendedor, una mirada basta. Cuántos fines de película los anticipamos segundos antes con la mirada de los actores... Sabemos que por fin se van a besar. Sus miradas reflejan todo. Sobran las palabras... 

        Una mujer sabe ver en los ojos de su pareja si le quiere. Incluso puede anticipar segundos antes de que ocurra, que él se va a arrodillar y pedirle ser su mujer para siempre.

         Recuerdo cómo una amiga me describía la mirada del novio a la novia durante una boda de unos amigos suyos. Me contaba cómo veía irradiar en los ojos del novio un amor tan inmenso que salía como una luz cegadora por las vidrieras de la Iglesia. También recuerdo cómo me decía ella que su pareja ya no le miraba con esa mirada.

         Es difícil disimular la falta de amor y muy fácil transmitirlo con los ojos cuando es amor verdadero. No hace falta decir cuánto te quiero. Sólo hay que sentirlo mientras la miras. Nada le hará más feliz a ella que ver esa expresión en tu mirada cada día que paséis juntos. Quiérela y mírala, no digas nada. Ella lo sabrá y, mirándote, verás en sus ojos cómo te contesta: “Yo también te quiero, amor”

         Jorge